Hubo un tiempo, mucho tiempo, en el cual existió en el país una institución de servidumbre conocida como "la colimba". En ella los jóvenes entregaban un año de su vida a la nada por una ley cuyas excusas no resisten análisis. Los colimbas afortunados que estaban en un lugar donde podían llenar el vacío con lecturas lograban recuperar por ratos la condición humana.
Uno de estos era nuestro colimba que fue a dar a oficinas militares de la Rosada.
Aunque no se advierte facilmente desde afuera, la sede presidencial de Balcarce, como también la sede del rectorado en Viamonte que nuestro colimba deambuló años más tarde, es la unión de dos construcciones previas que se ligan por una intermedia, lo que da una estructura que se acompleja por la convivencia de cubiculos modernos alzados en patios preexistentes, atajos entre zonas de diferente calidad funcional y algunos desniveles.
El colimba ejercía de tal en una dependencia a horcajadas del centro y norte del edificio, cuyo depósito, sala de mate y descanso era una buhardilla que resultaba a nivel del salón que da paso al gran balcón sobre la plaza. Un piso por encima de "el Balcón" que hizo famoso el presidente que habia vuelto a serlo pocos meses antes. El techo a dos aguas, desnudo con pocas vigas, apenas quedaba separado de las cabezas en la cúspide y tenía llegando al frente del edificio unas ventanas rebatibles que liberaban una estrecha hendija sobre palmeras, golondrinas y manchones de gente.
La tarde que se narra, el colimba debió ingresar sorteando una multitud que se iba reuniendo urgentemente y de la que no se tenía noticia cuando salió a comer y de trámites. No era posible que yirara por la Casa que estaba en estado efervescente ni que se quedara en las oficinas que eran el paso obligado de cameramans, tiras, dirigentes y curiosos con carnet, hacia el espectáculo del lider y las masas. Por lo tanto los suboficiales lo ubicaron en la buhardilla junto a otros colimbas de papeles llevar y algunos empleados de menor importancia.
El colimba leía diariamente La Nación desde los 8 años y desde la cuna vino insensible a los discursos del lider carismático. Tan solo la significativa disposición de los grupos y banderas, borra de café que se acostumbraba "leer" en aquellos actos en conjunción con el hábito de contar gente por metro cuadrado, tenía algún interés para él pero rapidamente resultó insuficiente para mantener la posición en puntas de pie necesaria para bichar por los ventanucos.
Para cuando el presidente habló un par de horas más tarde el aburrimiento era insostenible mientras la monocorde y ronca letanía, ahogada por bombos y exclamaciones, apenas le llegaba. Cree haber escuchado el "me llevo en mis oidos" sin darle demasiada importancia hasta que los cambios en los rostros llamaron su atención.
La retorcida secretaria del coronel, dura peronista siempre bien informada, se mordía los labios pálida mientras que García, varón y radical, lagrimeaba a la par del simplón suboficial de aeronáutica. No es que le explicaron sino que entre ellos se explicaban el definitivo sentido de aquellas enigmáticas palabras y propagaban los virus rapidamente tejidos por la maquinaria de propaganda: orfandad, separación, dolor, última comunión con el hombre que amaban. Nuestro colimba también se mordió los labios y pretendiendo incredulidad logró sortear el deschave ante el agradecimiento de los así condolidos y consolados. Empero en una oportunidad debió voltearse hacia la pared para que no le vieran la cara iluminada; de espaldas a la reunión se encontró los ojos alborozados del oficial de marina buscando igual resguardo. Pronto la Plaza se liberó cabizbaja y el colimba pudo volver a su casa.
Así rozó la historia a nuestro joven héroe y se consumó por un instante la sabiduría del proverbio chino: "sientate... y verás ...".
Uno de estos era nuestro colimba que fue a dar a oficinas militares de la Rosada.
Aunque no se advierte facilmente desde afuera, la sede presidencial de Balcarce, como también la sede del rectorado en Viamonte que nuestro colimba deambuló años más tarde, es la unión de dos construcciones previas que se ligan por una intermedia, lo que da una estructura que se acompleja por la convivencia de cubiculos modernos alzados en patios preexistentes, atajos entre zonas de diferente calidad funcional y algunos desniveles.
El colimba ejercía de tal en una dependencia a horcajadas del centro y norte del edificio, cuyo depósito, sala de mate y descanso era una buhardilla que resultaba a nivel del salón que da paso al gran balcón sobre la plaza. Un piso por encima de "el Balcón" que hizo famoso el presidente que habia vuelto a serlo pocos meses antes. El techo a dos aguas, desnudo con pocas vigas, apenas quedaba separado de las cabezas en la cúspide y tenía llegando al frente del edificio unas ventanas rebatibles que liberaban una estrecha hendija sobre palmeras, golondrinas y manchones de gente.
La tarde que se narra, el colimba debió ingresar sorteando una multitud que se iba reuniendo urgentemente y de la que no se tenía noticia cuando salió a comer y de trámites. No era posible que yirara por la Casa que estaba en estado efervescente ni que se quedara en las oficinas que eran el paso obligado de cameramans, tiras, dirigentes y curiosos con carnet, hacia el espectáculo del lider y las masas. Por lo tanto los suboficiales lo ubicaron en la buhardilla junto a otros colimbas de papeles llevar y algunos empleados de menor importancia.
El colimba leía diariamente La Nación desde los 8 años y desde la cuna vino insensible a los discursos del lider carismático. Tan solo la significativa disposición de los grupos y banderas, borra de café que se acostumbraba "leer" en aquellos actos en conjunción con el hábito de contar gente por metro cuadrado, tenía algún interés para él pero rapidamente resultó insuficiente para mantener la posición en puntas de pie necesaria para bichar por los ventanucos.
Para cuando el presidente habló un par de horas más tarde el aburrimiento era insostenible mientras la monocorde y ronca letanía, ahogada por bombos y exclamaciones, apenas le llegaba. Cree haber escuchado el "me llevo en mis oidos" sin darle demasiada importancia hasta que los cambios en los rostros llamaron su atención.
La retorcida secretaria del coronel, dura peronista siempre bien informada, se mordía los labios pálida mientras que García, varón y radical, lagrimeaba a la par del simplón suboficial de aeronáutica. No es que le explicaron sino que entre ellos se explicaban el definitivo sentido de aquellas enigmáticas palabras y propagaban los virus rapidamente tejidos por la maquinaria de propaganda: orfandad, separación, dolor, última comunión con el hombre que amaban. Nuestro colimba también se mordió los labios y pretendiendo incredulidad logró sortear el deschave ante el agradecimiento de los así condolidos y consolados. Empero en una oportunidad debió voltearse hacia la pared para que no le vieran la cara iluminada; de espaldas a la reunión se encontró los ojos alborozados del oficial de marina buscando igual resguardo. Pronto la Plaza se liberó cabizbaja y el colimba pudo volver a su casa.
Así rozó la historia a nuestro joven héroe y se consumó por un instante la sabiduría del proverbio chino: "sientate... y verás ...".
HenriB
nota: HenriB es mi nick en los foros de La Nación, muy parecido a mí tiene apenas una pátina de exageración algo por seguridad y algo por gusto