Como podía anticiparse la convocatoria de reclamo del 8 de
Noviembre ha sido un suceso en todo el país y en el mundo, alcanzando un nivel
de participación que supera incluso el cierre de campaña de Alfonsín en
1983 en cálculo cauteloso.
El
sustento del actual gobierno se deteriora y virtualmente tiende a contener solo
a quienes participan de él, quienes son beneficiarios de dádivas clientelares y
de aquellos que están a la espera de obtener alguno de los status anteriores.
Muchos de los participantes de la marcha confesaban arrepentidos su voto dentro de un
54% que hoy se habría reducido a menos de la mitad de acuerdo a las valoraciones de imagen positiva.
En
términos políticos ha caído, en primer lugar, la pretensión de perpetuación cuasi
monárquica del poder ejecutivo que a partir del 13 de septiembre
recibió, en la calle, los medios, internet y como consecuencia el Congreso,
evidencia de la imposibilidad de conseguir las mayorías necesarias para
implementar la rereelección. Así, el mandato de Cristina Fernández concluirá
indefectiblemente en 2015 sin posibilidades para el cristinismo, por su misma
naturaleza y debilidad, de prolongarse sin su lider. Al mismo tiempo la dirigencia
opositora partidaria capta tibiamente la necesidad de unidad y renovación de
temas y figuras.
La
situación del país por su inflación, falta de libertades, controles absurdos y
arbitrarios, inactividad económica e inseguridad es grave.
Es
preciso que la dirigencia política oficialista y opositora adviertan esta
realidad que la gente les está manifestando en todo el país, para que se produzca
un cambio de rumbo.
Para ello sería óptimo que la Presidente escuche el clamor de la gente y, en
el espíritu esbozado en la Constitución en 1994, supere la crisis aceptando la
renuncia de las autoridades de la nación que no han sido elegidas en las urnas: el Jefe de Gabinete y los Ministros. A la vez convoque a un diálogo
amplio a todo el arco opositor con el fin de constituir un gabinete de
coalición para que éste, con el más pleno apego a la ley y en conjunción con
los otros poderes del Estado reponga la seguridad y la justicia y, dejando atrás el
dirigismo y la arbitrariedad, reconstituya la actividad productiva, cerrando las
heridas que la actual conducción ha abierto en el tejido social, en sus
relaciones con sus conciudadanos y en las de la Argentina con el mundo. Tal
renovación ministerial, además, resguardará a la Presidente del costo
político de las remociones de los funcionarios hoy fuertemente cuestionados que
quedarán de manera natural en disponibilidad de los nuevos ministros.
Bajo esta mejor opción (históricamente probada en las democracias europeas) o
sin ella (lo más probable ya que es dificil hacerse ilusión sobre la amplitud de miras promedio de la actual dirigencia), las elecciones de 2013 serán claves para la
superación de los problemas y de la vieja política clientelar y populista.
Dirigentes, actuales representantes
y punteros deberán atender finalmente al reclamo de la ciudadanía, cediendo el
paso a quienes, desde el llano y emergiendo ya sea de las redes sociales o
desde las filas partidarias u otras vías tradicionales, pueden aportar el nivel
de conocimiento técnico, capacidad de gestión, renovación y desinterés que la
situación requiere.
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